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Alberto Peña

España se ha convertido en un país exportador de jóvenes talentos, universitarios altamente cualificados que son formados en el país y aprovechados en el mundo por la necesidad imperiosa de encontrar un futuro que aquí se les niega

El contexto social, económico, político, etc. en el que vivimos en la actualidad, ha propiciado desde el recrudecimiento de la crisis un panorama laboral indigno de un país como España. Y no es que lo diga yo, sino que los datos demuestran que dentro de la zona euro, nuestro país es, en términos de empleo, uno de las grandes damnificados del continente.

Sea por la reforma laboral, la contracción del mercado de trabajo, los despidos conjuntos, los expedientes de regulación de empleo (ERE) o la escasa oferta de puestos, España es, según los datos de abril de 2013 recogidos por Eurostat, el segundo país tras Grecia con el mayor porcentaje de jóvenes parados -por debajo de 25 años- de nuestro entorno, exactamente un 56,4%, lo que se traduce en 964.000 persona desempleadas.

Estos resultado podrían venir dados por la falta de formación de los jóvenes españoles, pero nada más lejos de la realidad. España es un país en el que sobran licenciados, diplomados, personas con un alto nivel de estudios que, ante la contracción constante de la oferta de empleo del país no pueden optar al puesto de trabajo para el que se han formado durante su juventud. Sólo en el año 2011, estaban matriculados en las universidades españolas un total de 1.455.885 estudiantes, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En ese mismo año completaron los estudios 220.583 estudiantes.

La ingente cantidad de jóvenes universitarios que salen al mercado laboral cada año, supone un colapso del mismo ante la falta de empleos para estas personas cualificadas, por lo que la gran mayoría han de optar por otros vías para mejorar su futuro próximo. Un barómetro del Real Instituto Elcano (RIE) realizado en febrero de 2013, refleja que uno de cada dos menores de 45 años sopesa la posibilidad de irse fuera de España a ganarse la vida, siendo uno más de los 400.000 que desde 2008 optaron por buscar un futuro mejor fuera de nuestras fronteras.

Entre los jóvenes universitarios menores de 30 años, el 67% ha pensado en marcharse, y ante la pregunta «A raíz de la crisis económica, ¿se ha planteado usted seriamente la posibilidad de emigrar fuera de España para mejorar sus condiciones de vida?», un contundente 80% de los encuestados respondió de forma positiva.

El perfil del emigrante español de estos últimos años ha derivado en una importante fuga de cerebros, es decir, jóvenes con estudios superiores en su mayoría, bien cualificados, que se han formado en España y que buscan un futuro laboral lejos del país que les educó. Esto es fácilmente contrastable gracias a plataformas y asociaciones como #nonosvamosnosechan o la denominada Generación JESP (Jóvenes Emigrantes Sobradamente Preparados). Los datos de la consultora PwC coinciden con los arrojados por el barómetro del RIE, cerca del 80% de los jóvenes nacidos en los años 80 y posteriores están convencidos de buscar un trabajo lejos de nuestro país.

De acuerdo a los datos expuestos, es importante destapar una reflexión de cara a los años venideros. Siendo España el país que gasta dinero público para la formación de estudiantes altamente cualificados, ¿puede permitirse este país la ausencia de gran parte de la generación más cualificada de su historia? Es más, ¿qué modelo laboral sigue España para darse el lujo de prescindir de las personas mejor preparadas del momento?

No cabe sino volver la vista atrás y recordar la esperpéntica afirmación de la secretaria de Estado de Inmigración y Emigración Marina del Corral cuando dijo que los jóvenes que se marchan fuera de España lo hacen «por un impulso aventurero», o a la ministra de Empleo Fátima Báñez, responsable en gran medida de proporcionar salidas laborales a esta generación de cara a aprovechar sus capacidades,  explicando que estos «jóvenes aventureros» fomentan «la movilidad exterior», un eufemismo político sin parangón, y que esperan la vuelta «de ese talento juvenil huido que tanto va a aportar al presente y al futuro».

Ese descalificado talento juvenil que tuvo que irse de España «obligada», como relataba Coco en Cadena SER, después de licenciarse en Filología francesa y en Publicidad y RRPP, o Silvia en esa misma información, que se lamentaba de que le costó sacar sus carreras para ahora tener que emigrar a Londres, aseguran que echan de menos su país, pero que no regresarán » hasta que no termine la crisis, es decir, dentro de unos diez años», exponía Ana María dentro de la misma noticia.

Queda demostrado que los jóvenes universitarios emigrantes no salen del país para buscar aventuras, como se atrevía a calificar Fátima Báñez, sino que tienen la intención de seguir formándose y encontrar un empleo que les ha sido negado en su país de origen y, sobretodo, que no tienen ninguna intención de volver hasta que el Estado no les proporcione un puesto de trabajo acorde a sus capacidades y que les ofrezca la oportunidad de resarcir al país con su trabajo.